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lunes, febrero 20, 2006

Literatura de mesilla

Como la mayoría, escribo para sacar ideas de mi cabeza y que dejen de dar vueltas, y como suele ser habitual, se quedan en un cajón sin pretensión alguna de que nadie los rescate. Éste es uno de esos, pero hoy me ha apetecido compartirlo.
Ahí va un principio de cuento que nunca supe cómo seguir... y dejo la invitación para quien se anime...


-Cuentan de un lejano país que había un reino muy poderoso llamado Birdland, que significa La Tierra de los Pájaros. Se llamaba así porque se pensaba que eran mensajeros de la buena suerte, y estaba prohibido que nadie les matase.

-¿Ni a las gallinas?

-A las gallinas sí porque no vuelan.

Sus gentes vivían en paz y eran felices. El reino estaba rodeado por una muralla muy antigua, de cuando el rey había luchado con los vikingos, pero ahora las puertas estaban siempre abiertas porque ya no había guerra, y entraban y salían constantemente mercaderes con sus carros llenos de seda, joyas y animales exóticos. En lo más alto del reino había el castillo desde donde se podían ver kilómetros y kilómetros de campos sembrados, bosques y ríos. Y más allá todavía, cuando ya no te alcanzaba la vista, todo eso era del rey. Porque había un rey.

-¿Y una reina?

- No. No había reina, y el rey no salía nunca del castillo. ¿Sabes porqué? Porque estaba muy muy triste desde que murió su esposa durante el parto de su primera hija. La niña nació, y era blanca como la nieve y con los ojos azules como el mar...

- ¿Como Pedro?

- Como Pedro... Pero desde que nació nadie la vio reír nunca y hablaba muy poquito, sólo cuando le preguntaban. Y a veces... hacía como que no te oía y se quedaba mirando los pájaros a través de la ventana durante horas. El rey, muy preocupado, mandó llamar a todos los médicos del reino, pero ninguno supo decir qué le pasaba. Entonces, mandó a su mejor guardia a recorrer todos los países vecinos en busca de algún médico que supiera curarla. Y mientras, la pequeña princesa cada vez hablaba menos, ya no jugaba con ningún niño y pocas veces salía de su habitación. El rey mandó poner cortinas de seda blanca en todas las ventanas, porque dicen que el blanco espanta los malos espíritus, y mandó construir en oro y plata los mejores juguetes. Pero no sirvió de nada. Durante un año fueron llegando al reino médicos provenientes de tierras cada vez más lejanas. Hasta que una mañana llegó a las puertas del castillo un anciano. Vestía con harapos viejos y rotos y tenía una barba blanca y espesa que le llegaba a la cintura. El rey, cuando le vio entrar por la puerta del castillo, estuvo a punto de echarlo a la calle de nuevo: “¡A mendigar a la puerta de la iglesia, que es lo que te corresponde!” Pero no se lo dijo, porque de repente asomó encima de su hombro, arropado entre las telas sucias de aquel viejo, los negros ojos y el pico de una golondrina. El viejo alzó la mano muy lentamente y le dijo: “Majestad, os saludo por la grandeza de vuestro reino y de vuestra gente. Sin embargo, no he venido aquí ni por vos, ni por vuestras riquezas. He venido porque vuestra hija habla con los pájaros a través de la ventana.”


Tu turno...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El rey dudó unos instantes, pero estaba tan desesperado ante la enfermedad de su hija que se aferró a la única persona que en esos momentos parecía comprender más que los demás lo que le pasaba a la niña. Le pidió al viejo que se aseara un poco, pues temía que la suciedad de éste manchara la sensibilidad y dulzura de la princesa. Le proporcionó ropas limpias, le dio de comer (a él y al pájaro), le dejó descansar del largo viaje y preparó a su hija para la extraña visita. El viejo (que ya no parecía tan viejo después del trato recibido por el rey) se acercó a la niña con una amplia sonrisa dibujada en su cara, la golondrina en el hombro, y empezó a articular sonidos incomprensibles a los oídos del rey, que atónito, esperaba ver alguna reacción en su hija. Pero no fue así. Ella siguió sin expresión alguna en su rostro: triste, sola, perdida, lejana, inalcanzable... Los intentos sonoros y acrobáticos del viejo y su pájaro fueron inútiles. Permanecieron en el palacio meses y meses, convenciendo cada día menos al rey que la niña se comunicaba con los pájaros de la isla, inventando mensajes que sólo ellos parecían entender y descifrar. La princesa cada día estaba más triste, cada día mas absorta, cada día más infeliz; infeliz sin razón y sin esperanza pues lo único que deseaba era convertirse en pájaro y salir volando de aquella jaula dorada. Una noche como cualquier otra la princesa escapó por la ventana. Quería llegar hasta el acantilado que veía des de su habitación y estaba convencida que esa luna llena que gobernaba la noche le indicaría el camino y bañaría su piel haciéndole crecer plumas plateadas que le permitirían volar. Descalza y medio desnuda caminó hipnotizada por bosques, prados, atajos, nubes y miedos. Caminó horas y horas hasta que cayó rendida sobre la arena salada que bordeaba el mar. No encontró el acantilado, no pudo saltar, la luna no le dio alas, y creyó que moriría. El rey, el viejo y la golondrina tardaron cinco días en encontrarla. La hallaron inconsciente entre miles de pájaros; pájaros que intencionadamente la habían protegido durante esos cinco largos días. Se apartaron tranquilamente cuando vieron llegar al rey, permitiendo que se arrodillara para escuchar el cansado corazón de la niña que tímidamente aún latía. La alegría desbordó en llanto y un estallido de lágrimas entremezcladas con chillidos de alegría izo volver a la niña de donde quiera que estuviera. Sus ojos de mar se entornaron al aspirar todo el júbilo que emanaba su padre y una enorme sonrisa abrió por primera vez los hoyuelos de sus mejillas. Así como el primer aliento al nacer la llenó por completo de tristeza por la muerte de su madre, así en éste segundo aliento de vida la alegría de su padre le llenó el alma y el corazón. Hay quien dice que fue el viejo el que salvó la vida de la niña pues descifró el lenguaje de los pájaros y se pudo comunicar con ella; hay quien dice que la salvaron los pájaros pues le susurraron durante días mensajes de esperanza al oído; hay quien dice que esa isla no existe, que los pájaros no son mensajeros de la buena suerte y que es imposible estar inconsciente durante cinco días y despertar a causa de un rió de lágrimas alegres… El caso es que la princesa tiene ya más de cien años y pasea aún todas las mañanas por los jardines de palacio, con su largísimo pelo blanco revoloteando al viento, el mar en sus ojos, la golondrina en el hombro y esa perenne sonrisa que nunca más desapareció de su rostro.

Milongas dijo...

Agia, te tomo el relevo y propongo un final más trágico!
Besos!

Agia dijo...

Me gusta!!

Anónimo dijo...

Best regards from NY! » »